Alguna vez se planteó si podría olvidarlo pero sabía que era demasiado tarde. Que él formaba parte de ella más que los dedos de sus manos. Unas manos que guardaban el pasear de las yemas de sus dedos por esa piel que sentía suya.
Era tarde para despojarse de ese amor. Era tarde para escapar. Era tarde para cerrar los ojos y no verle. Era tarde para no soñar con él. Era tarde para quitarle de las manos la vida que le había regalado casi sin quererlo. Era tarde para seguir hasta el final de sus días. Simplemente...era tarde.
Y reparó en la fortuna del saber que era correspondido. Que él estaba allí porque quería estar. Que había llegado tan hondo a sabiendas que no podría escapar. Él se había metido justo donde quería estar. Y, aunque ella jamás había creído en cuento de hadas, sabía que su vida tendría un final tan feliz como el de la Cenicienta.
Y entonces....
Entonces decidió amarle. Aparcar los miedos. Hacerle feliz. Vivir.
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